Sergio, tu trayectoria es bastante multifacética: actor, director y escritor. ¿Cómo ha sido el camino para compaginar todas estas facetas y qué te llevó a explorar más allá de la actuación?
Yo creo que ser actor me ha llevado a dirigir, y dirigir me ha llevado a escribir. Porque en realidad todas las facetas están conectadas y responden a un mismo deseo, el de contar historias. Historias que emocionen, que entretengan, que consigan por un momento apartar a un espectador su atención de los problemas e introducirle en un lugar que le arranque una lágrima, una sonrisa, una emoción o un posible cambio de conciencia. Da igual formar parte de ese cuento como actor, director o escritor. Lo importante es contarlo.
Tu nueva obra, El agua de Valencia, se estrena en la Rambleta el próximo 8 de noviembre, y estará casi un mes en cartel. ¿Qué nos puedes contar sobre ella y qué esperas que se lleve el público al verla?
El agua de Valencia es una comedia con momentos musicales, de danza, de esgrima, de verso, de prosa, un espectáculo total en un espacio increíble como es la Cambra de la Rambleta, donde confluyen un montón de sinergias de profesionales maravillosos para ofrecer una experiencia única a los espectadores. Porque podrán, si así lo desean, disfrutar la obra incluso a pie de escenario, sentados en mesas y degustando precisamente Agua de Valencia, y tablas de quesos acompañados con frutos secos y uvas. Un viaje, como ves, en todos y para todos los sentidos.
El título de la obra evoca una bebida típica de Valencia. ¿Qué simbolismo tiene El agua de Valencia en la narrativa y cómo conecta con la ciudad y su cultura?
El Agua de Valencia es un cocktail que se inventó en los años cincuenta del siglo XX en el Café Madrid junto al Hotel Bristol, y que se ha popularizado desde entonces por lo rico, fresquito y bien que entra y lo mucho que puede subir a la cabeza cuando llevas una jarra de más. Esa agua de Valencia, que a mí por cierto me encanta, viene a servir de analogía a esa transformación que le supuso su estancia en Valencia a Lope de Vega. Cómo quedó prendado de su luz, sus olores, sus mujeres, su alegría en cada esquina. Como estar en Valencia le convirtió en el Fénix, cómo elevó su arte.
Algo que no solo le ha sucedido a Lope, sino también a todo aquel que la visita, la conoce, la vive. Porque Valencia enamora, altera los sentidos hasta al menos hedonista. Y a Lope de Vega le sucedió. De eso precisamente habla la obra: cómo Valencia y el deseo puede transformarnos a todos y a todas, cómo el teatro mismo es una especie de agua de Valencia también. Quien lo probó lo sabe.
¿Cómo ha sido meterte en el personaje de Bernat?
Está siendo uno de los viajes más gratificantes como actor que he tenido en mi vida. Estamos teniendo un proceso en el que se nos está cuidando mucho a los actores y actrices. No recuerdo un proyecto con tanto cariño y mimo al elenco. Además, ten en cuenta que mi anterior novela, EL SECRETO DE LOS NOCTURNOS, editada por Ediciones B, narra también la estancia de Lope de Vega, su amistad con Guillem de Castro, con Bernat Catalá de Valeriola y el resto de los componentes de la Academia de los Nocturnos.
Que Javier Sahuquillo, uno de los autores y directores de la obra junto a Anna Marí y Dani Tormo, me llamara para interpretar a un personaje del que tanto me he documentado, con el que tanto he convivido para la creación de la novela, ha sido un regalo. Poder viajar a la Valencia de 1590 de nuevo. Un sueño.
Esta obra de teatro es un DeLorean directa a la Valencia de 1590. Pero centrándonos en el personaje, el Bernat que estamos construyendo es el antagonista de Lope de Vega. Un noble en la ruina y con ciertos problemas en el matrimonio. Despertará diferentes reacciones en el público. Se le detestará, nos reiremos con él, de él. Pero le llegaremos a tener cariño. En eso estamos trabajando, en humanizarle. Pero sobre todo, construir a Bernat está siendo una delicia porque lo estoy creando con compañeros y compañeras llenos de talento y generosidad.
¿Cómo abordas ese proceso creativo en teatro? ¿Qué diferencias ves con la televisión o el cine, por ejemplo?
En teatro tenemos mucho más tiempo para probar cosas, para investigar. En el ejercicio de la repetición suceden pequeños hallazgos que van sumando al personaje, que van puliéndolo. Te das cuenta de un pequeño detalle ante una sencilla reacción en el día treinta de ensayos, por ejemplo. Es un proceso a fuego lento. En el cine o la televisión no se tiene tanto tiempo para probar, equivocarse, fijar. Es el arte de lo inmediato. A la cámara le gusta recoger la frescura de las primeras veces. Al teatro, en cambio, la madurez de las penúltimas.
¿Qué te atrae más de cada medio y cómo influye tu experiencia en uno sobre tu trabajo en el otro?
El teatro es el lugar donde el vértigo es mayor pero también uno se siente más seguro. Esta paradoja consiste en que nos encontramos, como te he comentado antes, en un espacio maravilloso de tiempo de ensayos. Para poder probar, equivocarse, probar, fijar, repetir una y cien veces cuando algo está “comprado” por el director o directora. El cine permite trabajar los pequeños detalles, el primer plano, que el espectador, a través de una mirada, entre en el pensamiento de cada personaje. En ese sentido, el cine está más vinculado a la novela. Y el teatro más separado de ella.
Este año has publicado la novela “Los adioses póstumos”, ambientada en Valencia. Háblanos de cómo surge este proyecto, y que se encuentra el lector en ella.
LOS ADIOSES PÓSTUMOS es un homenaje al Mediterráneo, a la Memoria, a la Literatura, a Valencia. Cuenta la historia de una posible reconciliación entre hermanos mellizos. Una chica gerente del mayor imperio de ladrillo del levante, y un chico que no quiso saber nada del negocio familiar y se convirtió en escritor. Con la herramienta de las palabras tratará de acercarse a su hermana, con quien no se habla desde hace años.
Le escribe la historia de su propia familia para que ella entienda por qué han llegado a distanciarse tanto. En la lectura de ese relato ella sufre una transformación emocional. Los dos hermanos son una analogía de las dos Españas. Quise escribir una historia que invitara a la reflexión, a la reconciliación. Porque estamos viviendo un tiempo muy polarizado. La novela está teniendo muy buena respuesta de lectores y, sobre todo lectoras de las que estoy recibiendo comentarios que emocionan. Y eso es aliento para seguir escribiendo, para seguir contando historias.
¿Qué te inspira a la hora de escribir o dirigir? ¿Tienes algún ritual creativo en tu proceso o influencias artísticas?
Me puede inspirar una imagen, una noticia, algo que he vivido o leído. Y, últimamente, alguna injusticia social. No sé si es un ritual pero trato de dejar que la historia llegue a mí, no buscarla yo a ella. Cuando esto sucede. Comienzo entonces la rutina del oficio. Escribir un poco todos los días. Llevar conmigo un cuaderno para ideas, para probar diálogos entre personajes, que luego organizo o desecho en el ordenador. La semilla empieza a generar ramificaciones, necesidad de riego, que es escribir más, documentarse, crear más personajes, situaciones, conexiones, ligaduras.
Me fascina pensar en un lector o lectora que leerá esa historia, no en miles de lectores. Proyectar que se encuentra dentro de unos años leyendo a solas en una cafetería ese texto convertido en libro. Visualizo su rostro leyendo esas palabras. Entonces, de un modo cuántico, comienzo a comunicarme con él o con ella. Así le voy dando forma al futuro libro. Proyectándolo tangiblemente. Visualizando que alguien lo tiene en sus manos. Que lo está leyendo. Que le gusta. Ojalá…
Has trabajado en proyectos muy diversos a lo largo de tu carrera. ¿Cuál ha sido el reto más grande al que te has enfrentado como artista y qué aprendiste de esa experiencia?
Cada trabajo al que me enfrento es siempre un reto grande. Sobre todo cuando regreso a teatro. Cada uno de los trabajos tienen su desafío, su dificultad, lo que te saca de tu zona de confort como creador. Pero las veces que me he sentido más en el abismo, y creo que en esto coincidirán muchos compañeros y compañeras, es cuando eres requerido para una intervención sustanciosa pero no protagónica en una serie que ya lleva tiempo en antena.
Todo está controlado entre los actores principales, pero suelen suceder tramas de 1 o 5 capítulos. Tienes que estar en segundos en su código, en su forma de ejecutar, entenderte con ese grupo de trabajo. No has estado con ellos desde el principio, creando las relaciones desde el origen. Llegas y tienes que estar a la altura sin conocer a nadie. Esas han sido las veces en las que me he visto ante un reto. Pero, como en todos, respiro, sonrío y tiro para adelante. Como cuando me tocó interpretar a Chicho Ibáñez Serrador en el Ministerio del Tiempo. Los protagonistas en ocasiones son más fáciles de defender.
Con una agenda tan intensa, entre actuar, dirigir y escribir, ¿cómo mantienes el equilibrio personal y profesional? ¿Tienes alguna rutina que te ayude a desconectar?
El equilibrio me lo da mi compañera de viaje, mi chica, que es la persona que sabe desligar mis nudos cuando me ve haciendo malabares con la agenda. Para desconectar tengo muchas rutinas, por supuesto. Leer, pasear con ella por la huerta, bici, correr, yoga, viajar. Pero cuando hago cualquiera de esas cosas, siempre aparece otra idea en la cabeza y entonces me pongo con ella. Pero solo hay una cosa que me obliga parar todas las demás actividades. Regresar como actor al teatro. Requiere toda tu concentración y energía ofrecer diariamente la obra de principio a fin y sin cortes.
Si pudieras volver al momento en que empezabas tu carrera, ¿qué consejo te darías a ti mismo y qué cambiarías o mantendrías igual en tu trayectoria?
Mantendría mis rodajes, cafés, tertulias y risas con José Luis García Sánchez. Y si volviera al momento en que comenzaba la carrera aquel chaval que fui, no le daría ningún consejo. El consejo seguramente se lo pediría yo a él.
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