La antigüedad hizo de Jesús de Nazaret el colosal pater, erigiéndose sobre la estela de cualquier prohombre hasta entonces admirado y venerado. La belleza espiritual fue su imbatible bastión con el que desafió victorioso gallardos imperios. Cuando yo escribo que ” No hay mayor insulto para las personas vulgares que una obra de arte, porque la magnanimidad de las bellas artes representa para éstas el espejo que refleja sus propias vergüenzas” evoco la viva imagen de la crucifixión, sin más. Porque lo que condenó a Jesús fue su noble arte de la divina revelación, aleccionando como nunca antes, encarnando la sagrada ley escrita y personificando mediante una inusitada conducta los más misteriosos encantos de la suprema metafísica, en audaz y convencida confrontación contra el orden establecido.
A este incontestable mesías se le puede arrogar mal que pese a los egos que con tanto pavor eluden mirarse en “el espejo que refleja sus propias vergüenzas” la primacía de la revolución, porque fue Jesús el primer y más grande revolucionario que ha ofrecido la historia.
Y de esta manera se explica el desdén que con mayor o menor conciencia han derrochado ante su figura y legado los movimientos revolucionarios modernos. Desde la hostilidad de los liberales frente a la institución católica hasta el paroxismo comunista con esa beligerancia que tan bien ejemplificó aquella sentencia de un demoníaco Azaña aclamando apasionadamente que ” Todos los conventos e iglesias no valen la vida de un republicano “, lo patentan.
Esta eminencia celestial estableció con peculiar plenitud la jurisprudencia de ” La aristocracia del espíritu” de la que todo dandy se ha nutrido. En virtud de lo cual cada vez que los miserables feligreses de The Dandy School ( satírico artículo publicado en 1827 por William Hazlitt que reprochaba la “frivolidad” del dandismo literario) tratan de cuestionar la legitimidad moral del asunto caen en un reduccionismo intelectualmente amenazante. Porque el culmen del refinamiento y del hombre civilizado estriba en la capacidad de percibir el tacto de la profundidad de las formas. De una manera más ilustrativa, añadiré que quien alcanza las alturas del dominio del buen vestido, del estilo distinguido; quien sabe hablar, escribir, con brillantez, leer con literalidad interpretativa; mantener el decoro inalterablemente, en definitiva, quien hace suya la inmaculada elegancia en modo alguno puede ser considerado un frívolo por vistoso que sea el reflejo de sus cualidades.
Como recuerdo haber comentado en alguna ocasión, lo vuelvo a reiterar, ” la jerarquía está en la naturaleza de las sociedades”. Tal declaración puede resultar altamente provocadora en estos tiempos de absurdo democrático y su consiguiente afán de homogeneizar a las gentes, pero no le resta veracidad.
Fiel a esta tesis procederé al retrato clasista de la modernidad.
Cabe diferenciar tres principales grupos humanos, si bien la intencionalidad de mi enfoque prioriza la circunscripción a tiempos modernos, no es menos cierto que como insinúa mi tesis jerárquica de la sociedad, salvo determinados periodos históricos como la sociedad feudal, el comunismo en su máxima expresión y aplicación o demás facetas castrantes de la historia es extrapolable a la propia génesis de la existencia humana y por ende a tiempos inmemoriales, pero nuestro contexto será la modernidad, entendiéndose ésta como el Occidente de “valores” ilustrados y democráticos.
En escalada empezaremos con el de mayor extensión, ¡ el vulgo profano !, integrado por individuos que bien se podrían rebautizar en un alarde de rigor semántico como antropomorfos, pues es muy escasa la diferencia de sus características con respecto a las de la mayoría del reino animal, es decir, todo el vigor de su existencia radicará únicamente en el instinto de conservación. Estos colectivos vivirán por y para la más ordinaria subsistencia, o lo que es lo mismo, por y para ganar dinero, exactamente igual que el vegetal anhelará el agua o el animal descuartizará a un semejante por la misma razón. Nada apasionante.
Superiores a éstos hemos de celebrar la presencia mundana de los elegantes o esnobs. Característicos por su sensibilidad ante los más nobles estímulos y dignificación de la especie. En este caso el dinero será un medio de realización y en absoluto un perverso fin como en el anterior caso.
Pero el pedestal de la coronación queda relegado para una escasa y enigmática figura, ¡ el dandy ! Esa encarnación de la perfección humana, donde cualquier expresión o manifestación supone un manantial de nueva belleza, en un ejercicio de caridad para con el mundo por lo exquisito de su tono y el hedonismo intrínseco a la propia belleza. Un apóstol de la cumbre como lo fue Jesucristo.
Paralelismo de abstracción pero también de praxis pues los dandies a lo largo del tiempo fueron capaces de epatar a reinos y soberanos, como Jesucristo frente a “gallardos imperios” y con similar desenlace.
Porque la recepción de la excelencia siempre se bifurca de igual manera entre los dos estamentos fundamentales del germen social, el vulgo y los elegantes, sea en la antigüedad o en la modernidad, porque el dandy como Jesucristo también es condenado a la cruz por la multitud, pero su legado es jaleado y se perpetúa mediante el reducto esnob a modo de sus particulares “doce apóstoles”.
Es el dandy, indiscutiblemente, el Jesucristo de la modernidad.
SON TODOS LOS QUE ESTÁN, AUNQUE NO ESTÁN TODOS LOS QUE SON
Uno de mis últimos descubrimientos responde al nombre de Lluís Bertomeu, su perfil profesional me resulta de lo más interesante y completo, desde su agencia de comunicación Satori se activa una gran versatilidad que en mi opinión es un rasgo distintivo de merecido reconocimiento. Lo mismo te convocan para conocer la programación de cursos formativos en materia bursátil bajo la rúbrica de Kau Markets, que te desvelan lo último en cuanto a comercios de la moda más escogida, por no decir de su gran consolidación y vinculación con la política autonómica mediante diferentes servicios. De precisar proyección en alguno de mis asuntos no dudaría en reclamar su profesionalidad.
Fueron los responsables de sorprenderme recientemente con la presentación de Boovier Valencia, un lujoso espacio que se presenta con unas credenciales de antología y que se puede visitar en la calle San Vicente.
Se trata de un edificio de diversas plantas cuya fachada ya destaca. Bajo el pretexto de la “Alta costura” del cual honestamente, como asimismo trasladé a su máxima responsable Susana Bort, no estoy plenamente convencido de su adecuación terminológica dudando en que tal vez sea ” costura ” más fidedigno, cuenta con riqueza de tejidos, un selecto prêt-à-porter nada industrial y un estupendo abanico de posibilidades en cuanto a confección se refiere.
Susana se muestra con pasión lo que a buen seguro haya sido la clave de su éxito. Hay que subrayar que en un momento donde las multinacionales parecen uniformar la oferta textil de buena parte del mundo, lo que por un lado siempre he expresado mi satisfacción del fenómeno de ” la democratización de la elegancia” por la reducción de costes que ha supuesto unido a una calidad de altura, resulta milagroso a priori el florecimiento de establecimientos como el que me ocupan y sobre todo a semejante magnitud.
Susana Bort
Pero cuando analizo una serie de realidades al respecto hallo la explicación, porque buena parte de ello se debe a las bondades de la tradición, algo de placentero significado para conservadores de mi talla.
¿ Qué sería de las falleras sin las Fallas y de las Fallas sin la tradición ?, porque hay que explicar que las boovieras por excelencia son nuestras más insignes falleras, como en el caso de Carmen Sancho empleada de la firma en labores de promoción e hija de la presidenta del Ateneo Carmen de Rosa, con quien hace escasos días coincidí en el atelier de Amado Peletero durante la puesta en escena de una floreada colección de primavera en costura.
Carmen Sancho
Cita esta última de notable desazón para mi persona desde el momento en que María Senent creadora de Ninety, que exponía paralelamente sus diferentes líneas de marroquinería y joyería, sacó a relucir mi cara más paleta al hablarme ante mi atónita e impúdica ignorancia de la piel de Galuchat, de gran cotización y que tanto trabaja ella.
Si sobreviví a este desagradable duelo fue porque al levantar el teléfono para consultar a mis paradigmas de elegancia comprobé que la ignorancia era compartida.