Querido españolito la última esperanza en los reinos de la enajenación no es otra que el resurgimiento de un espíritu crítico de carácter popular. Necesidad de primer orden en tanto en cuanto pende el esplendor de la especie, y que como consecuencia pueda revertir las tornas y otorgarle de nuevo al humano la dignidad correspondiente por derecho natural, protegiéndolo de la degradación que tanto nos asemeja al resto de especies y de la que al parecer somos presa fácil debido a una profunda vulnerabilidad. Es exactamente lo que hay que anhelar cuando las cúspides de las jerarquías ya están podridas, esa mesiánica panacea…
Es el tercer artículo de nuestra madre Constitución, un sinuoso y alevoso desafío contra la razón, una injusta enmascarada que burla con una grotesca carcajada la herencia aristotélica de las civilizaciones.
Reza: “El castellano es la lengua oficial del Estado…”
Hilarante monumento al anacronismo en un marcado despropósito, precedido de barato revisionismo histórico y que representa el triunfo de necias convicciones sobre la inmaculada razón de las mentes grandiosas, esto siempre resulta peligroso.
Y lo escribo porque al parecer los padres de la Carta Magna no se pararon a pensar que los que leen la historia son cultos, los que la interpretan perturbados de conciencia, mientras que los que la ignoran sencillamente felices.
Estoy convencido de que la suerte del hombre hubiese sido mucho más fructífera durante el transcurso de los siglos si los doctos del conocimiento no hubiesen puesto tanto énfasis sobre lo que debe ser leído, y por contra lo hubiesen hecho sobre lo que no debe ser leído.
La excelencia intelectual estriba precisamente en ello, y una vez más fue una cuestión de estilo.
Como es evidente los glotónimos generalmente son bautizados por aquellas regiones geográficas donde se gestaron, se desarrollaron y finalmente se consolidaron las lenguas, motivo por el cual resulta cuanto menos curioso que nuestra madre Constitución se decante por el vocablo “castellano” frente al legítimo “español”.
El castellano se impuso hace siglos para ser hablado en todo el territorio y se expandió por buena parte del mundo por obra y gracia del Imperio español. Dada la universal trascendencia de la lengua parece tan ridículo como anacrónico remontarse a unos orígenes cuán nimios, como es aludir al antiguo Reino de Castilla, y supone a su vez ignorar de manera despiadada esos siglos cuyo esplendor nos concedió una identidad que incita al orgullo.
Pero el veneno que se vierte sobre el papel constitucional encierra mayores sacrilegios y es donde toda invectiva que se proyecte cobra su mayor fuerza, pues desde el momento que se reconoce al “castellano” como lengua oficial, se está equiparando en igualdad de condiciones y notoriedad con el resto de lenguas recogidas en la Constitución.
Y fue entonces cuando los fundadores de la cleptocracia lo que las almas más benévolas prefieren llamar democracia, representaron con tinta envenenada ” el triunfo de necias convicciones sobre la inmaculada razón de las mentes grandiosas “ para la posteridad, entre los sollozos de las musas quienes en otrora acompasaron con la melodía de su lira los grandes hitos de la historia.