Descorchemos el champán con frenesí, llenemos nuestras copas a rebosar y dejemos que la espuma salga a borbotones. Esta vez traspasamos la cuarta pared para adentrarnos en la iconicidad de la decoración dentro del mundo del cine. Porque no hay leyenda sin glamour, ni glamour sin ciertas dosis de controversia (tal y como les ocurrió a los personajes principales de este articulo) mientras apartamos el cajón de muebles típicamente tópicos y entramos de lleno en el efervescente mundo de los sueños y la imaginación para demostrar, que aquí, todo es posible. Tal y como decía la editora de Vogue Diane Vreeland ‘’Everything interesting is a little extreme. Understatement is just pitter patter.’’
Este mes, hablamos del peculiar sofá bañera co-protagonista inadvertido de la famosa película Desayuno con Diamantes (1961). Una adaptación (con polémica incluida) de la novela del escritor y periodista de sociedad Truman Capote.
Se trata de una readaptación creada por Jill Morrison de las clásicas bañeras de patas diseccionada por la mitad y decorada con un colchón invadido de cojines de atrezzo que generan un aire ecléctico y atemporal. Una pieza más en el caótico apartamento de nuestra entrañable Holly Golightly (Audrey Herpburn) y que le sirve para reforzar ese excentricismo también presente en su carácter. Una ácida metáfora y apología al estilo de vida neoyorkino de esa época ( pudiendo valerle incluso a la mismísima Carrie en Sexo en Nueva York) y que relega nuestro papel a espectadores de las tendencias y directores de la innovación y creación en nuestro propio hogar.
Porque quizás, en el arte, la decoración y la vida, todo se trate de buscar nuestro propio Tiffany’s personal en donde poder devorar un croissant recién horneado ya entrada la mañana mientras nuestra cabeza se deja mecer al compás de Moon River.
“De repente, uno tiene miedo y no sabe por qué. (…) Cuando me siento así, lo único que me ayuda es subir a un taxi e ir a Tiffany’s. Me calma los nervios enseguida. Es tan silencioso y soberbio. Allí no puede ocurrir nada malo. Si encontrara un lugar que me hiciera sentir como Tiffany’s entonces compraría muebles y le daría un nombre al gato”
*La cuarta pared en el mundo del cine señala esa pared invisible que el director de la función crea entre el actor y el propio espectador.