Hace poco leí un artículo sobre los niños que nunca son invitados a los cumpleaños y me encantó. Explicaba que debemos arropar a los niños, pensar en todos y animar a nuestros hijos a integrar, nunca arrinconar. Ponerse en el lugar de los demás, no dejar que se trate mal a nadie. Empatía. Una buena lección que nunca debemos olvidar.
No obstante, tampoco tenemos que dramatizar. Yo no recuerdo haber sido invitada a cumples del colegio en mi niñez. Ni tampoco recuerdo esta especie de fastos que organizamos en cada cumpleaños. Tenemos que superarnos año a año: bolas, fiestas temáticas, spa infantil, paseos en barco… Aviso a navegantes: hemos perdido el Norte. No son bodas, no son una vez en la vida. Al año que viene, quieras o no, cumplen más.
En el próximo me veo dando un triple salto mortal, con cena-espectáculo y paseo en globo. Yo misma me he sorprendido localizando exteriores para el próximo cumple, como si fuera a rodar una película… “Aquí la candy table quedaría genial”.
De vez en cuando algo diferente es fantástico, pero no es una obligación, ni un a ver quién puede más.
Mis cumpleaños eran en casa, con una tarta normal, velas normales y sin monitores, coronas, ni pasarelas. Pero para mí eran fiestones. Venían todos mis primos y amigos. Me sentía querida, arropada y lo pasábamos en grande.
Para un super cumple: sentido del humor y del amor. Prou.