Este es el gran reto al que se enfrenta nuestra sociedad, una cuestión especialmente delicada si se trata en términos de educación infantil y juvenil. En este sentido, la falta de experiencia es el principal handicap que encuentran los padres a la hora de formar a sus hijos, ya que somos la primera generación que ha tenido que enfrentarse a una revolución digital de estas dimensiones.
“Tsunami Digital, Hijos Surferos”, de Juan Martínez Otero -profesor de Derecho de la Comunicación y especialista en el área de la protección de los niños en el entorno audiovisual-, se presenta como un tabla de salvación para padres que no quieren naufragar en la educación digital de sus hijos.
Juan, no sabía que desde que coincidimos en el master de Dirección de Comunicación hace ya unos cuantos años te habías vuelto surfero…
Siempre me ha preocupado el tema de internet y los móviles. Llevo años dando charlas en colegios sobre cómo hacer un buen uso de la tecnología. Primero las llamaba “Cómo hacer un uso inteligente de Internet”, pero sonaba muy aburrido; así que cambié ese nombre por el de: “Curso de defensa personas frente a las nuevas tecnologías”. Sin embargo, el título seguía sin convencerme: todavía era demasiado reactivo. Entonces surgió la idea del tsunami y el surf, que me parece mucho más adecuada: sin obviar los riesgos, suena apasionante y divertida. El tsunami tiene olas –cada ola , un riesgo-, pero puede surfearse con esfuerzo y creatividad.
¿Cuál es en esencia el principal riesgo y cómo lo surfeamos?
Te diría que la distracción permanente. Ante las pantallas, mucha gente está en Babia, idiotizada. Como decía Séneca: “Quien está en todas partes, no está en ningún sitio”. Por eso frente a la distracción propongo concentración. Estás estudiando, estudia; estás jugando a fútbol, juega; estás viendo una peli, ve la peli; estás mandado whatsapps, manda whatsapps, pero no estés viendo una peli y mandado whatsapps, porque si lo haces todo a la vez, haces menos y lo haces peor. Quien es capaz de hacer algo al 100% lo hace mucho mejor y lo disfruta más.
Suena muy lógico pero… ¿Cómo les quitamos el teléfono a los chavales mientras ven la peli o estudian si es ya un apéndice más de su cuerpo?
En cada capítulo del libro lo que hago es explicar el riesgo, comento lo que se podría hacer en positivo y propongo una lista de consejos de cómo fomentar la actitud positiva, en este caso, la concentración. ¿Cómo? Por ejemplo, esforzándose por no mirar le móvil cada vez que vibra, por reducir el número de grupos, desactivando las notificaciones, o intentando escuchar las canciones hasta el final sin saltar de una a otra pasados los primeros 30 segundos… Cada capítulo, además, contiene enlaces a vídeos de internet recomendados sobre la temática en cuestión.
¿La lista de ciberpeligros que has detectado es muy larga? Ponme algún ejemplo más de ellos.
Los he sintetizado en nueve grandes riesgos. Tras la distracción, por ejemplo, menciono el aburrimiento. Aunque suene exagerado, creo que los adolescentes cada vez son más sosos, más aburridos y más gregarios. En mi opinión, esto se debe a la pasividad que genera el ocio digital, que no exige esfuerzo. Frente al aburrimiento, sugiero fomentar las aficiones y las pasiones de los hijos. Medio de broma, me gusta decir que es importante que tu hijo se convierta en un friki de algo: un instrumento musical, fotografía, tenis, montañismo, coger setas, arreglar motores… lo que sea, pero animarle a que haga algo que le guste fuera del mundo digital. Nuestra labor como padres no debe limitarse a decirles: ¡Deja el móvil!, sin proponerles una alternativa de ocio atractiva. Debemos hacerles ver que las mejores cosas de la vida requieren tiempo, esfuerzo y paciencia, y las aficiones de internet, tan inmediatas, muchas veces no aportan tanta satisfacción como esos otros hobbies que requieren superación personal.
Nos faltan siete riesgos y soluciones, entonces…
Exacto. Frente a la pasividad, esfuerzo. Háblales a tus hijos de la cultura del esfuerzo y del que algo quiere, algo le cuesta, porque la recompensa es mucho mayor. La tecnología tiende a sustituirnos y resolvernos los problemas, lo que puede hacernos unos zánganos intelectuales. Hay que promover el esfuerzo, la memoria, la creatividad… Para esto la lectura es imprescindible.
El cuarto me tiene algo desorientado. ¿Cómo se hace frente a los contenidos nocivos de internet con rebeldía?
Negándote a ver algo aunque todo el mundo lo vea. Aunque toda tu clase o tu entorno esté hablando de quién se ha liado con quién en Gran Hermano, yo me niego a verlo porque no me interesa ese tema. Internet te lo presenta todo muy atractivo porque las webs quieren que les hagas clicks y el morbo llama mucho, pero debes plantearte y hacer que se planteen los más jóvenes, qué quieres ver y qué no quieres ver y ser rebelde en ese sentido. “Los Martínez este contenido no lo vemos”, es un argumento pedagógico mucho más profundo de lo que parece…
Otro de los temas que tratas es frente al acoso, valentía. Las redes sociales se prestan precisamente a lo contrario, a no decir las cosas cara a cara.
Pero se puede dar un paso al frente también. Debemos animar a nuestros hijos a que si alguien habla mal de otro en un grupo de whatsapp, por ejemplo, sea valiente y diga: “oye, aquí no te metas con nadie”.
Te escucho y digo, “tienes toda la razón”, pero ¿con qué autoridad le digo yo a mi hijo que no coja el móvil o la tablet si yo soy el primero que no lo suelto?
Es cierto. No hay que olvidar que el mejor predicador es Fray Ejemplo, con lo que hay que intentar vivir lo que queremos transmitir en casa.
¿Realmente se puede surfear este tsunami?
La tarea es muy difícil: detrás de las pantallas hay un ejército de profesionales muy preparados, que lo sabe todo del neuromarketing, tiene miles de datos sobre nosotros, y su principal objetivo es tenernos pegados a las pantallas todo el día. Su sueldo depende de nuestros clics y nuestras distracciones. Y nunca tienen bastane. Conocen tus aficiones, dónde vives, qué vídeos ves, qué te gusta, que si un botón es naranja lo pinchas más que si es azul… saben cosas de ti que ni siquiera tú sabes. Volviendo al tema de la educación, pretender que un chico o una chica haga un uso sensato de Internet, tal y como está hoy en día configurada la Red, es como ponerle en medio de una tienda de caramelos, donde puede coger gratis todo lo que quiera, y decirle: “contrólate, machote”. El tema requiere del esfuerzo de todos.
Con todo esto, tú que estás en contacto directo y diario con jóvenes universitarios, ¿has notado el efecto del tsunami en los alumnos?
Claro que sí, muchísimo. En clase los alumnos ahora no atienden más de cinco minutos seguidos. Su cerebro no está preparado para fijar la atención tanto tiempo en un solo lugar. En seis años han pasado de atenderme de 10 a 15 minutos a hacerlo 2 ó 3. La gente está tomando apuntes con el whatsapp y el facebook abierto, y así claro, su nivel de concentración se reduce drásticamente. Ojo, si yo hubiera ido a clase con un portátil, me hubiera pasado lo mismo.
¡En serio! ¿Y no lo prohíbes o los tiras de clase o qué sé yo?
Es complicado. Además, realmente nunca sabes lo que están viendo, ya que sólo ves la parte de detrás de la pantalla. Aunque en fin, si estás hablando de la calumnia, por ejemplo, y ves que un alumno y el de detrás se empiezan a sonreír mucho mirando la pantalla, no hay que ser Sherlock Holmes para saber que están distraídos: ni yo soy humorista, ni el delito de calumnias es un tema del club de la comedia…
¿Un último mensaje?
Sí. Basta de lamentos y de mensajes apocalípticos, que esconden desesperación y vagancia, y no llevan a ningún sitio. El tsunami digital es un desafío gigante, que sólo vamos a afrontar con éxito si nos esforzamos por educar en positivo y son sentido del humor. “No puedes parar las olas. Pero puedes aprender a hacer surf”.
Tsunami digital, hijos surferos. Guía para padres que no quieren naufragar en la educación digital. Juan Martínez