Texto: Toni Vivó / Fotografía: Fernando Ruiz
Es uno de los artistas más aclamados a nivel internacional. Nacho Carbonell ha conseguido crear un lenguaje artístico propio, desdibujando por completo la línea imaginaria entre el arte y el diseño para crear objetos artesanales únicos, que parecen extraídos de un mundo paralelo repleto de historias fantásticas.
NY, Milán, Miami, Londres, París, Madrid, Venecia, Basilea o Tokio son testigos de su arte, pero no Valencia, donde muy a su pesar nunca le ha surgido la oportunidad de exponer. En Soul queremos empezar a deshacer esta paradoja cultural acercando un poco más la figura de Nacho Carbonell y que los valencianos podamos disfrutar también de su talento como ya lo han hecho el rey Guillermo de Holanda o el mismísimo Brad Pitt.
Nacho, ¿diseñas o creas?
Creo, si bien para mí diseñar y crear son dos conceptos que van muy unidos. El diseñador es un observador de su entorno, que analiza su pasado, presente y futuro y, en base a ello, actúa de muy distintas maneras, porque la figura del diseñador se ha ramificado en multitud de direcciones: gráfico, industrial, de moda… hasta una vertiente más artística. Si bien todas ellas tienen en común esa mente analítica, que les incita a crear soluciones diferentes frente a realidades distinta.
Tus piezas van un paso más allá del imaginario tradicional. ¿De dónde surge esa necesidad de crear objetos únicos que parecen sacados de otros mundos?
El mundo lo podemos ver en blanco y negro o podemos apreciar un montón de matices. Mi interés sobrepasa el mero objeto en sí y se centra en la relación emocional que se establece entre la materia y las personas. Si lo piensas existe un vínculo sentimental con esa camiseta hecha jirones de la que nunca te deshaces o con ese coche fantástico o esa casa de tus sueños que deseas por encima de todo. Entonces comencé a cuestionarme por qué se genera esa relación emocional entre el objeto y el humano y a indagar sobre lo que realmente nos transmiten ciertas piezas para transportarnos a otro estado emocional e incluso transformarnos al generar en nosotros emociones como confianza, cariño, envidia, alegría…
¿Tu cometido entonces es crear objetos de deseo?
Todos deseamos cosas, pero yo quiero crear piezas que tengan un valor extra que viene propiciado por la relación sentimental o emocional que vas a establecer con ellos, como Sansón con su coleta, que quizá no era la fuente de su fuerza pero le hacía sentir poderoso. Más allá de su estética o su función concreta, quiero que mi obra se convierta en “tu objeto”, es decir que si hago una silla sea “tu silla”, no una silla más, sea “tu silla”, y que recurras a ella cuando quieras sentirte bien, pensar, descansar, filosofar, leer…, y que termine formando parte de ti y de tu vida.
¿Cómo se consigue crear objetos que terminen formando parte de uno mismo?
Siempre digo que las obras se van haciendo ellas solas y que yo únicamente las acompaño en todo ese proceso de creación. Ellas tienen su propia iniciativa y van escogiendo de alguna manera tanto sus formas como sus materiales y, en ese sentido, el contexto es crucial, tanto del objeto como del mío propio, ya que dependiendo de qué elementos tengamos a nuestro alrededor, la obra va beber de unos o de otros. El entorno de los objetos está en mi estudio en Holanda y el mío de manera casi subconsciente tiende a mirar hacia el Mediterráneo en el que me crié y a buscar crear piezas muy táctiles, que puedas llegar sentir, como sientes la arena de la playa cuanto te quitas los zapatos y paseas por la orilla del mar. Ese contacto con la materia me parece esencial.
¿De toda tu obra cuál consideradas que te define mejor?
Mi primer objeto: el ‘Pump it up’. Era una silla en la que cuando te sentabas en ella poco a poco se iba desinflando y el aire se traspasaba a unas figuras de animales que iban creciendo a tu alrededor. Para mí esa es la síntesis de todo lo que he querido hacer y de todo lo que voy a seguir queriendo hacer en el futuro. Un viaje vital de algo que no existe y que va cobrando sentido mientras se va relacionando contigo. Como esa silla amorfa que se va transformando en animales solo por ti y por tu relación con ellos. Surgen de ti y por eso nunca vas a querer abandonarlos. Yo he visto a gente reírse cuando se hinchaban los animales y después llorar por no querer levantarse y que desaparecieran. Ese link tan fuerte que se crea entre humano y objeto es el que motiva todo mi trabajo.
¿Quizá Pump it up es tan importante para ti porque de alguna manera representa tu trayectoria vita y profesional?
Desde luego que sí. Toda mi vida he sido un estudiante pésimo hasta que con 18 años me fui a Estados Unidos y me apunté a las asignaturas que yo pensaba que me podían interesar más, relacionadas con las artes plásticas, la fotografía, la cerámica, la madera… Allí empecé a darme cuenta de que esas materias sí me gustaban. Cuando regresé a Valencia me hablaron de la carrera de Diseño Industrial y cuando vi de qué iba y los talleres prácticos pasé de ser el peor estudiante del mundo a uno sobresaliente. Cuando me gradué podría haber optado por ponerme a trabajar haciendo cocinas o muebles, pero notaba que me faltaba algo y decidí probar en la Design Academy Eindhoven. Nada más llegar me cautivó el ambiente, el que no hubiera paredes ni aulas, solo mesas de trabajo con proyectos distintos y dispares pero que al final todos terminaban interrelacionándose entre sí y bebiendo los unos de los otros. Y en ese sentido el profesorado jugaba un papel crucial, no imponiendo un temario preestablecido y ejerciendo de profesionales del diseño que te dan libertad creativa y te brindan su consejo para ayudarte a crear tu propia historia.
¿Te costó adaptarte a ese concepto tan libre de educación?
Lo cierto es que sí. Durante casi tres años estuve totalmente perdido. No encontraba mi camino. Pasé de ser un alumno excelente aquí, porque tenía mucha motivación y hacía todo lo que me pedían, a ser un desaste allí porque nadie me decía lo que tenía que hacer y no entendía nada. Estaba programado para ser un cierto tipo de diseñador industrial que yo no quería ser, pero tampoco sabía todavía qué diseñador quería ser. Estaba perdidísimo, pero veía que ahí había algo mágico que me atraía. Un profesor me aconsejó que hiciera lo que hiciera no me frustrara y al final surgió el Pump it up y todo cobró sentido.
Estás considerado uno de los artífices de la transformación de Eindhoven de ser una ciudad industrial fantasma tras la marcha Philips a una de las urbes más cool de Europa. ¿Cómo se consigue transformar toda una ciudad?
Las escuelas de diseño siempre han tenido una gran fuerza en Eindhoven, pero después los profesionales no encontraban ningún atractivo o estímulo para quedarse en la ciudad y se marchaban a Róterdam o Amsterdam. Cuando yo llegué toda la producción de Philips se acaba de marchar a China y las oficinas a Amsterdam, y nos encontramos con una especie de ciudad fantasma con grandes naves, edificios y almacenes vacíos. Había que hacer algo con todo aquello y la clave del cambio estuvo en la creatividad de la gente junto a la permisividad de las instituciones para dejarles actuar. Por ejemplo, tres amigos míos tenían las llaves de un edificio de 50.000 metros cuadrados, donde ellos hacían lo que quisieran a cambio de mantenerlos y evitar con su presencia que fueran ocupados. Entonces en ese espacio gigante comenzamos a hacer exposiciones, reuniones, fiestas… Y lo mismo sucedió en iglesias, naves, fábricas…. En lugar de restringir ese área y dejar que se deteriore, permitieron que la gente hiciera uso de él. Si a eso le sumamos una inyección de arte, el resultado es que el barrio de Strijp-S es hoy un referente internacional con más de mil estudios de creación, ¡solo dejando hacer!
¿Qué piensas entonces cuando llegas a Valencia y ves vallados y sin ningún uso desde hace años, por ejemplo, los tinglados en la dársena interior de la Marina?
¡Se me cae la cara de vergüenza! Esos espacios están desperdiciados y son una maravilla frente al mar. En Holanda tenemos el ejemplo del Area 51, una zona también abandonada de la Philips en la que comenzaron a ir unos skaters a rodar por allí. Les hicieron una concesión de 10 años a esos chavales y el resultados es que hoy ese es el Skatepark más importante Europa y les acaban de dar una subvención de 11 millones de euros… ¡11 millones! Aquí le darías vida a un espacio muerto y cuando la cosa funcionara, sin haber hecho nada y habiéndote puesto todas las trabas burocráticas posibles, en lugar de subvencionarte te dirían que si quieres hacer algo allí les tienes que pagar un montón de dinero en alquileres, licencias…
Pero también hay que decir que la gente en Holanda se mueve mucho. Cuando esos skaters llegaron al barrio, buscaron un patrocinador que pusiera dinero para hacer una pista pequeña y poco a poco fue creciendo y revitalizando una zona que hoy es una de las más caras de la ciudad.
¿Se puede trasladar el modelo de crecimiento de Eindhoven a Valencia?
Es complicado por el exceso de burocracia y la falta de iniciativa de nuestra sociedad pero claro que es posible avanzar y debemos hacerlo. A mí me encantaría participar en proyectos de rehabilitación de espacios degradados en Valencia a través de la creatividad, el arte y el diseño. Cuando vengo observo muchísimos lugares en los que se podría intervenir y que en Eindhoven ya no quedan por el gran crecimiento que ha experimentado la ciudad, gracias al impulso creativo y también tecnológico.
¿Confías en que la designación de Valencia como Capital Mundial del Diseño 2022 sirva para avanzar en la transformación de la ciudad?
Espero que sirva para mucho, si bien la gente tiene que querer utilizar esas herramientas que les van a poner a su alcance para retarse así mismos y tratar de dar el do de pecho. A mí me alegró muchísimo que se la dieran a Valencia, porque muchas otras ciudades como Eindhoven llevan muchos años queriendo ser Capital del Diseño y haciendo auténticos esfuerzos para serlo y no han podido conseguirlo. Por eso Valencia tiene ante sí un evento excepcional y tenemos dos años para prepararnos -y me incluyo-, individual y colectivamente, y crear algo que valga la pena. No podemos permitirnos desaprovechar una oportunidad tan importante.
Me choca muchísimo que siendo uno de nuestros artistas más internacionales con muestras en NY, Milán, Miami, Londres, París, Madrid, Tokio… y hace nada en la Bienal de Venecia, nunca hayas expuesto en tu tierra.
Es que nunca nadie ha contactado conmigo desde Valencia.
¿A qué se debe esa circunstancia?
No tengo ni la menor idea. Me encantaría exponer en Valencia pero lo que no voy a hacer encima es correr con todos los gastos para poder traer aquí mi obra cuando tengo propuestas muy interesantes en medio mundo. Debe ser una falta de interés o de conocimiento… o no lo sé la verdad. Afortunadamente tenemos una muy buena agenda y estoy seguro de que todo llegará a su debido tiempo. Por mi parte ganas de exponer en mi tierra hay. Hace nada hice un proyecto con Alhambra en el Matadero de Madrid, simplemente por tener un acercamiento a España.
Tus raíces son muy mediterráneas y se perciben perfectamente en toda tu obra. ¿Tienes pensado volver algún día a Valencia?
Planificar no es mi fuerte. Me fui a Eindhoven para un año y llevo 15. Me gusta dejar las cosas fluir, pero me encantaría encontrar aquí un espacio en el que poder desarrollar un contexto creativo diferente y el sol, el clima, el mar, la cultura e incluso la huerta valenciana me atraen muchísimo para seguir tratando de llevar un paso más allá el concepto de diseño.
¿Llevar un paso más allá el diseño en qué sentido?
En el de experimentar en multitud de direcciones. El diseño puede transitar y explorar en casi cualquier terreno, hasta en temas relacionados con la comida o sus modelos productivos. Sin ir más lejos con mis estudiantes en Holanda estamos trabajando en un proyecto de agricultura de asociaciones que se llama ‘Pixel Farming’, que trata de cambiar el contraproducente modelo de monocultivo e implantar un nuevo sistema que parcela las tierras de cultivo casi a nivel píxel y permite que pueda crecer una lechuga al lado de un pimiento, una patata y un tomate, porque por esa variedad de plantas favorece la fertilidad de la tierra. Una cosecha orquestada en la que cada cultivo cumple una función distinta.
Hablando de comida, ¿cómo surgió lo de cocinar una paella para el rey Guillermo?
En junio de 2018, los reyes visitaron la galería de Rossana Orlandi en Italia para agradecerle su gran labor como mecenas de artistas emergentes en Holanda. Rosanna nos avisó a varios creadores para que fuéramos ese día y presentáramos nuestro trabajo a los monarcas. Cuando llegó mi turno le mostré algunas de mis obras y el rey se mostró muy amable, hablamos en español y yo le comenté que si algún día venía a mi estudio de Eindhoven le haría una paella. Al año siguiente recibí una llamada institucional para adelantarme que en unos días iba a venir alguien muy importante a conocer los estudios de arte de Strijp-S y que yo debía estar. Les respondí ese día no iba a poder porque me coincidía con el estreno de nuestra muestra en París. Aunque no me querían decir exactamente quien venía, me insistieron tanto en la importancia de mi presencia que comencé a sospechar que se trataba de una visita real y como se lo había prometido un año antes, regresé de París esa misma mañana, fui corriendo al supermercado y le preparé una paella valenciana al Rey de Los Países Bajos.
Por ponerle un pero a esa paella real, he visto en las fotos de Internet que le pusiste pimientos…
Efectivamente con pimientos, mi abuelo que es de Dénia decía que los pimientos son las gambas del pobre y siempre le ponía pimientos al final a la paella, previamente sofritos. Yo, en su honor, le hice una paella a todo un rey con pimientos.
¿Cómo fue el sonado encuentro con Brad Pitt?
Lo curioso es que yo ya lo conocía. Cuando tenía 18 años fui a ver a mi tío que vivía en Real de Catorce (México), un pueblecito muy hippie junto al llamado desierto del peyote, donde Brad Pitt estaba rodando una película y en una fiesta de la peli me lo presentaron. Viente años después, volvimos a coincidir en la feria Art Basel y cuando pasó por mi stand, le gustó mi trabajo y compró la colección ‘Evolutions 08/09’. Tengo que decir que es un gran coleccionista y tiene muy buen ojo para el arte. Muchos otros coleccionistas tienen consejeros que les indican qué comprar, pero él tiene criterio propio y sigue de cerca el trabajo de los artistas que le gustan.
¿Le comentaste que lo habías conocido 20 años antes en México?
Sí, le resultó muy gracioso. También le invité a pasarse por mi estudio y prepararle una paella como al rey Guillermo, pero por ahora no ha venido -risas-.
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