La amenaza del coronavirus ha provocado un aumento del racismo y la xenofobia contra la comunidad asiática, italiana y la población con problemas de salud. La Educación al Desarrollo se vuelve crucial para frenar la situación y defender los derechos contra la discriminación
La alarma global provocada por la aparición del COVID-19 en la ciudad china de Wuhan y su propagación a otros países ha tenido efectos más allá de la salud de las personas. El miedo generalizado ante el contagio ha dejado ver ciertas actitudes xenófobas y discriminatorias no sólo hacia la población asiática e italiana, sino también hacia las personas enfermas o las que tomaron, desde un primer momento, una actitud de prevención por medio del uso de mascarillas y guantes.
Comentarios como “mira a ese con la mascarilla, tiene el coronavirus seguro, ¡CORONA!”, “enciérrate en tu casa, no queremos tus virus”, “por favor váyase, no quiero que enferme mi tienda” o, incluso, agresiones con petardos desde las ventanas a las personas con mascarilla, son algunos de los muchos ejemplos de los agravios que ciudadan@s español@s están sufriendo por el mero hecho de “parecer” o ser identificad@s como enferm@s.
Esto se debe, en gran medida, a la falta de información y propagación de noticias falsas que circulan por la red, además de la actitud de algunos países (como es el caso de Rusia con sus deportaciones) y partidos políticos de extrema derecha que instigan mensajes de odio y promueven una situación de pánico. Tanto es así que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dio un comunicado el pasado 31 de enero para intentar frenar la situación: “La alarma por el coronavirus es comprensible. Pero el miedo no puede justificar los prejuicios y la discriminación […] Luchemos contra el racismo, acabemos con el odio y apoyémonos en esta emergencia de salud global”.
Resulta cuanto menos irónico que sea la propia población española la que contribuye a la problemática, habiendo apenas pasado cien años de la llamada “gripe española”, una epidemia que afectó a más de 500 millones de personas de todo el mundo y que fue injustamente ligada al país. Parece ser que todavía no hemos aprobado el examen de solidaridad tan acuciante en estos momentos, a pesar de algunas acciones encomiables como los aplausos nocturnos en agradecimiento al personal sanitario o el sinfín de actividades gratuitas puestos al servicio de l@s internautas, pues las palabras de Boccaccio en su obra El Decamerón bien podrían haber salido tras una visita al Mercadona: “casi todo desembocaba en un fin harto cruel: esquivar a los enfermos y sus cosas y huir de ellos, al obrar así, creía cada cual asegurar su propia salud”.
La preparación de la sociedad ante la posibilidad de una epidemia es fundamental para evitar una estigmatización que, a fin de cuentas, es perjudicial para su contención, como advirtió la Organización Mundial de la Salud (OMS): “el estigma puede hacer que las personas oculten la enfermedad para evitar la discriminación, no consulten al médico inmediatamente y que los desaliente a adoptar comportamientos saludables”. Por ello, el manejo de una comunicación clara y transparente es clave durante la epidemia, pero más importante aún es una educación previa donde los valores sociales sean el pilar bajo el que se inscriba.
Slavoj Zizek planteó, en un artículo para RT, una reflexión parecida e incidió en la disyuntiva de seguir en la lógica brutal de la ley del más fuerte, promovida por el capitalismo, o reinventar una forma de actuar en base a la colaboración global: “la propagación del coronavirus ha desencadenado otras epidemias de virus ideológicos que ya estaban latentes en nuestras ciudades: noticias falsas, paranoicas teorías conspirativas y explosiones de racismo […] Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”.
Sin embargo, esto no sucederá si la sociedad no es consciente del valor que confiere una Educación para el Desarrollo en el proceso de creación de una ciudadanía global comprometida con la realidad. La consigna “piensa globalmente, actúa localmente” pareciera ser el slogan de este momento, pero su aceptación sería prematura. La hiperactividad online, como consecuencia de la generación del FOMO, camufla la oportunidad que se nos brinda para detenernos y cuestionar cómo vivimos y cómo actuamos. De esta manera, nos hemos sumido en una rutina de actividades online y comunicación virtual que ensueña con el cese del confinamiento. Pero una vez terminado el periodo de cuarentena ¿cómo afrontará la población discriminada la vuelta a la normalidad?, ¿volverá a aceptar y sentirse protegida por unos gobiernos partícipes de una vulneración activa de los Derechos Humanos?, ¿volverán las personas a disfrutar de los restaurantes de comida asiática?, ¿se abrirán de nuevo las fronteras y los estornudos serán meros ruidos ambientales?
La actitud más cómoda y rápida vendría a defender la manida frase de “el tiempo cura las heridas” y las personas tendrían que superar de forma estoica y sin miramientos los sucesos acontecidos. Sin embargo, esa verdad se presenta en la realidad como trivial, puesto que cualquier perdón u olvido de forma forzada, ya sea por comodidad o por presión social, presentan un carácter extramoral. Aun perdonando todas las violaciones sufridas, seguirían poseyendo la marca identificadora de la crueldad en sus cuerpos y seguirían recordando los apelativos que esta sociedad, fruto del pánico, les ha impuesto.
Si rememoramos la máxima kantiana, “en la regla no se deben cometer actos que hagan por completo imposible una reconciliación ulterior”, comprenderíamos que somos parte de esta historia que todavía no ha terminado de escribirse y, por ende, podemos cambiarla. Dejar a un lado el “analfabetismo emocional” que ha caracterizado nuestro accionar durante años y conducir esta situación hacia un ejemplo histórico se puede hacer, pero es importante querer hacerlo.